Costa Rica atraviesa una crisis silenciosa pero profundamente alarmante, según datos del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) revelan que entre 2020 y mayo de 2025 se han tramitado 897 denuncias por muerte violenta de animales, lo que equivale a un promedio de un caso cada dos días. Solo en los primeros cinco meses de 2025, ya se contabilizan 141 denuncias, acercándose peligrosamente al total registrado en todo 2022 (184 casos), lo que sugiere que este año podría cerrar con cifras récord.
A su vez, el Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa), reporta más de 11 000 denuncias de maltrato animal en el mismo periodo. Muchas de estas incluyen prácticas de extrema crueldad, como el uso de alimentos contaminados con venenos potentes —lannate o racumin— colocados en espacios públicos, exponiendo no solo a animales, sino también a niños y personas vulnerables.
El maltrato animal: una antesala de la violencia hacia las personas
Desde la criminología contemporánea, el maltrato animal no debe entenderse como un simple acto de crueldad aislado, sino como un indicador de riesgo y una expresión temprana de violencia interpersonal. Diversos estudios y modelos teóricos, como el triángulo de la violencia y la teoría del vínculo, han demostrado que quienes ejercen violencia contra animales presentan con frecuencia comportamientos agresivos hacia seres humanos, especialmente en contextos de violencia doméstica, infantil o social.
La mayoría de los actos reportados no responden a motivaciones económicas, sino al ejercicio de poder y control sobre un ser vulnerable, un patrón que se repite en muchas otras formas de violencia interpersonal. En este sentido, cada caso de crueldad hacia los animales representa no solo una tragedia individual, sino una señal de alerta sobre una sociedad donde la violencia se está normalizando.
El tratamiento fragmentado de estos casos; como si fueran hechos excepcionales, limita nuestra capacidad como sociedad para prevenir formas más complejas de violencia. Cuando la crueldad hacia los animales no recibe respuesta penal efectiva ni condena social clara, se crea una cultura de impunidad que puede trasladarse fácilmente a otros ámbitos, debilitando el tejido social y la percepción de justicia.
Para enfrentar esta crisis de manera integral, se requiere una estrategia interinstitucional que articule prevención, educación, denuncia efectiva y sanción ejemplarizante, ya que l violencia hacia los animales no es solo un problema ético ni ambiental: es una señal de alarma que no podemos seguir ignorando. Cada acto de crueldad tolerado es una semilla de violencia futura. Prevenirla es un imperativo moral, pero también una estrategia inteligente para construir sociedades más seguras, justas y empáticas.

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